Dedicado a los haraganes


El hombre haragán organiza su vida, sus trabajos, sus asuntos familiares, alrededor de una idea no negociable: debe dormir por lo menos ocho horas y mejor si son diez.

Temeroso de que interrumpan esas horas sagradas, duerme con los teléfonos desconectados. El piensa, que si alguien muere es mejor enterarse unas horas después, ya reposado. El hombre haragán ha perdido todo interés en el amor y el sexo.
No puede conservar o retener pareja ni desea tenerla. Le resulta una fatiga simular ser alguien mejor de quien en verdad es, encubrir su pereza– y más todavía vivir con esa persona y aceptar sus caprichos. Piensa que el amor es un esfuerzo trabajoso y del todo innecesario.
Prefiere, cuando está urgido aliviarse a solas, pensando en un cuerpo que se entrega y se somete a sus caprichos y luego se marcha sin decir palabra ni exigir nada.
El hombre haragán trabaja pero detesta hacerlo y sólo lo hace animado por una secreta ilusión, la de reunir suficiente dinero como para no tener que trabajar más. No trabaja entonces con ganas, disfrutándolo, encontrando en ello alguna forma de dignidad o nobleza que lo redima de su abrumadora mediocridad.
Trabaja resignadamente, porque no hay más remedio, porque espera un premio todavía borroso: vivir sin trabajar, vivir de sus rentas, pasarse el día entero en una casa a solas, haciendo nada.
El hombre haragán adora a su madre y a sus hermanos, pero no los ve con frecuencia porque le haraganeria reunirse con ellos, odia fingir frente a su familia que es feliz, esquiva los temas conflictivos y su vida esta llena de prioridades que no aprovechan a nadie, es un experto en todo lo que no da de comer.
Su meta en la vida es un oasis de ocio absoluto que es, en su mente adormecida, la idea más pura de la felicidad.
El hombre haragán no quiere aprender o educarse o hablar otros idiomas o saber la historia de la humanidad. Prefiere divertirse. No lee para aprender sino para obtener alguna forma de placer o goce.
Por eso suele leer novelas que cuenten las vidas de gente ordinaria como él, que sin esfuerzo lograron evadirse de la realidad, en sus sueños , es un hombre seductor, aventurero, valiente, todo lo contrario de lo que es en la vida misma.
El hombre haragán tiene uno o dos dos hija(o)s –que, por supuesto, le fueron dada(o)s por una mujer que quiso hacer de él un hombre emprendedor y fracasó–, pero no intenta educarlas o enseñarles nada o darles nociones de disciplina o rectitud moral, asuntos sobre los que no tiene la más vaga idea.
Cuando está con ellas, intenta hacerlas reír haciendo bromas tontas –lo que no le cuesta ningún esfuerzo–, hablando en acentos pintorescos , simulando ser un idiota redomado –algo que le sale natural– y dejando que hagan los que les dé la gana –aun si eso implica mentir o hacer trampa o fastidiar a alguien.
Salvo dormir, nada le interesa más que sentarse en un sillón reclinable a ver cualquier partido de fútbol, preferentemente de la liga argentina o española, pero también de las copas europeas o sudamericanas, del torneo inglés, italiano o chileno o mexicano.
El hombre haragán quiso ser político en su juventud, pero ahora ve con horror la idea de servir a los demás cuando es tanto más razonable y gratificante servirse a uno mismo, dado que los demás siempre terminan enojados, insatisfechos y culpando de sus males a quienes han intentado servirles, y en cambio uno mismo, si aprende a servirse debidamente, suele quedar satisfecho, en paz, y sin deseos de que quien lo ha servido, o sea uno mismo, vaya a la cárcel.
Luego quiso ser escritor –y quizá todavía está poseído por esa forma elegante de ejercitar la vanidad–, está dispuesto a seguir publicando ideas estupidas de dudoso valor.
Prefiere quedarse en casa, tirarse en la cama con los teléfonos apagados y esperar el momento redentor del sueño, viendo videos musicales o peliculas de accion .

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